Mulán inició la siguiente clase contando una historia:
“Había un niño que quedó huérfano a los cinco años. Su padre quién era joven, volvió a casarse. La madrastra no aceptaba al niño y abusaba físicamente de él, al punto que en una golpiza quedó paralítico. El niño no se quejaba, confiaba en el destino y en sus razones. Nacieron cuatro hermanos de esa unión y él siempre fue relegado de todo cariño familiar. Su padre, quien viajaba mucho, desconocía todo este sufrimiento.
Una mañana, la madrastra recibió una carta de que su esposo había fallecido, así que decidió abandonar la aldea para dirigirse a la ciudad en medio de una enorme tormenta de nieve. Partieron los cinco hermanos, pero en el trayecto el discapacitado se retrasó y se perdió quedando atrapado en el frío. Con total resignación, se sentó a descansar abrigándose lo más que pudo para tratar de resistir. Sin embargo, sus fuerzas se agotaban cada vez más y antes de perder la razón, cogió una piedra filuda y escribió en la palma de su mano: “el cielo no tiene ojo”, se echó en los rieles de un tren y murió plácidamente...”
“El emperador de China estaba feliz, había nacido su primer hijo. Al acercarse a conocerlo, los médicos de palacio le dijeron que tenía una malformación en una mano: “no podía abrir el puño derecho”. El emperador tomó a su hijo en brazos y con lágrimas en los ojos, decretó al escribano que convocara a los médicos más reconocidos del reino y alrededores para curar al pequeño príncipe.
Durante un año, un sin número de médicos desfilaron por palacio sin poder curar la rara enfermedad del niño. Un día de otoño, un monje caminaba por los jardines de palacio. Recién llegado, quería solicitar audiencia con el emperador para convertirse en su consejero. El monje maestro se asombró por el tumulto ocasionado por los foráneos visitantes y preguntó sobre su causa a una doncella de palacio quien le contó lo sucedido, así que se acercó donde el monarca y le pidió que le dejara ver al niño.
El emperador aceptó, trajeron al crío, el monje lo miró, le sonrió y abrió los brazos para recibirlo y le dijo: “seas bienvenido”. El niño se sonrió, abrió también los brazos y sus manitas completas por primera vez y se refugió en el regazo del maestro.
La corte se quedó pasmada, el monje cogió la palma de la mano derecha del bebé y en ella se encontraba escrita la frase: “El cielo no tiene ojo”…
Mulán preguntó ¿Pueden interpretar la historia?
Ranmma dijo: “Si, el niño inválido había reencarnado en el hijo del emperador”.
Mulán respondió: “Correcto ¿algo más?”; se escuchó el sonido del silencio por parte de la familia de aprendizaje. Entonces, Mulán finalizó:
“El niño inválido fue virtuoso, jamás odió, nunca sintió rencor ni rechazo. Al aceptar sin renuencia el destino trazado, superó su karma en esa vida anterior y pudo reencarnar como príncipe para aprender nuevas experiencias. El maestro del cuento fue el único que lo reconoció y por ello le dio la bienvenida a esta nueva vida. Era la señal que el recién nacido estaba esperando para superar su transición”.
Entonces, nosotros debemos cultivar amor, entregarlo con cariño aún en la adversidad. No debemos fijarnos en lo que obtendremos a cambio. El cielo no mira eso y no premia con reciprocidad una acción de tal manera, porque reconoce que hay sentido de conveniencia por parte de quien lo entrega. Cultivemos gratitud en las personas; un “gracias” de corazón acumula virtudes. Algo que para ti es insignificante o simple, para otra persona puede ser un enorme tesoro o enseñanza, o incluso, puede cambiar su vida por completo. Todos tenemos ese poder en nuestro interior. Aprendan a transmitirlo”.
“No existe ningún poder sobrenatural que pueda cambiar la ley de Dios, pero ante las virtudes, la compasión, el amor a nuestros semejantes y la humildad, podemos conmover a la Divinidad cambiando nuestra ley de causa y efecto, es decir: LA MISERICORDIA DE DIOS, CAMBIA EL DESTINO”.
La aceptación es hacer las pases con tu realidad.
Rafael Vidac