Después de su última visita a la cueva de la bruja blanca, el loco se puso a repasar con mucho detenimiento su interior. Así comprendió el por qué los maestros le pedían curar heridas familiares.
Al ir practicando Ho‘oponopono y leyendo pergaminos de metafísica, pidió a la divinidad que le regalara las señales de cómo hacerlo. Sin darse cuenta profundizaba y poco a poco aparecían rasgos. Tardó bastante porque no estaba acostumbrado a identificarlos, entonces fue agudizando su intuición y llenándose de sonrisas en el corazón al poder interpretarlas.
La primera luz fue leer sobre la herencia de los karmas antiguos. Aquel texto lo dejó paralizado. No podía entender que no sólo se heredan rasgos físicos, sino también espirituales ¿cómo es esto? ¿Por qué sucede?
Sentía que no estaba preparado, por ello confió en la máxima: “Cuando el alumno esté listo, aparecerá el maestro” así que decidió primero corregir sus hábitos emocionales, esos sí los podía identificar, su lógica lo permitía.
El loco era discreto en demostrar sus afectos con su familia. Podía hacerlo con su pareja pero no con ellos, quizás producto de su pasado, pero poco a poco empezaron a encajar las piezas para mejorar esta situación. Llegó una hermosa sobrina de nombre “Aurora” quien cambió todo. Su misión inicial fue unir a la familia, de pronto cualquier motivo era bueno para reunirse alrededor de la hoguera, compartir conversaciones, formas de pensar y pudo identificar que su plegaria fue escuchada.
De pronto, el loco se acercaba a su madre y a su hermana, les regalaba un beso en la frente en señal de protección. Se acostumbró a hacerlo. Al comienzo ellas sorprendidas no sabían qué hacer y se notaba su nerviosismo. Era comprensible, él jamás lo había hecho antes.
Al poco tiempo y para sellar el lazo de amor que todos los integrantes de la familia del loco pedían, nació la segunda princesita del cuento: “Ann. La felicidad fue plena y todo tenía sentido. Después del parto, le dio un beso a su hermana, estaba muy orgulloso de ella y en su interior le agradeció por tan bellos regalos de vida.
Al retirarse a su cabaña de madera, el loco talló la imagen de Ann en rosa marfil. La guardó en una botella de cristal preciosa y la arrojó al mar pero esta vez con dirección. Ya no al azar. Era feliz y quería hacérselo saber a Rodo, era importante para él: “Quizás ella se alegraría de ese acontecimiento y enviaría luz de estrellas y bendiciones” pensó.
Hasta el día de hoy, cuando el loco se encuentra con su madre y hermana, ellas, como ya están acostumbradas, agachan la frente para que pueda regalarles un beso. Pero muy en especial, le encanta besar a su madre en la nuca.
No entiende por qué, pero lo ilumina. Conversa bastante con ellas, comparte y dedica tiempo para fortalecer la relación. Ahora su madre es su confidente y su hermana su aliada.
Quedaba un punto pendiente, una relación de respeto, de afecto que incluía amistad y confianza pero tirante que había que resolver. La bruja blanca le dijo que debía “perdonar y perdonarse”. También mencionó que si no era capaz de hacerlo, iba a ser muy difícil superar esa tarea. ¿Por dónde empiezo? pensó el loco. Entre sueños y meditaciones de varias semanas, empezaron a mostrarse las formas: Primero tenía que aceptar que todos tenemos virtudes y errores pero sobre todo que las equivocaciones surgidas eran para convertirlas en aprendizaje y no para juzgar. Era el inicio.
En ese instante aprendió otra lección importante: Cuando no sepas qué hacer en alguna situación, pídele a la divinidad su ayuda y déjalo ahí. No te esfuerces ni te apresures en querer escuchar una respuesta, todo conocimiento es revelado a su tiempo.